Carta abierta a Luis Brandoni. A SU INDECENCIA LE HABLO

Por Marcos Doño

Señor Luis Brandoni, poco tiempo antes de las elecciones presidenciales del año 2019, escribí una carta abierta en respuesta a su llamado de alerta engañoso, que en tono desesperado y lacrimógeno había enviado desde España a la ciudadanía argentina. El motivo era prevenir a los argentinos de lo terrible que sería para la patria si la fórmula del Frente de Todos, liderada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, resultaba triunfadora en los comicios.
Como vade retro de esa fórmula, conminaba al pueblo a votar por Mauricio Macri y Miguel Ángel Pichetto, por considerarlos la garantía de que la República no se hundiera en un apocalipsis social. Toda una dramaturgia que se valió del miedo como palanca sensibilizadora.
Pero como verá, señor Brandoni, ha pasado más de medio año de su vaticinio y estamos vivos. Aquel pronóstico demostró ser una falacia inspirada en el más puro estilo goebbeliano, cuyo interés era estigmatizar a la fórmula de los Fernández, y a todos quienes la votamos, en un intento mezquino por llevar aguas a su molino partidario.
Aquella vez hablaba de un futuro sin libertades y sin democracia, una cuasi dictadura, tal como hoy usted vuelve a catalogar al gobierno por las medidas que ha tomado, en función de la defensa de la población por la pandemia. Es la consigna para su banderazo libertario.
Sin dudas, el principio de contradicción parece no interesarle a usted cuando vocifera semejantes dislates en público. ¿O no se percató todavía que una dictadura es un sistema en el que, como mínimo, nadie puede decir públicamente que está en una dictadura? Si usted vive bajo un gobierno donde después de decir públicamente que el presidente (o la presidenta) coarta las libertades de expresión y de movilidad a sus ciudadanos, y al día siguiente nadie lo encarcela, o peor aún, no es secuestrado y asesinado o desparecido en un campo clandestino de detención, entonces, señor Brandoni, quédese tranquilo que usted no estás en una dictadura, sino en una democracia plena, que se rige por la Constitución. ¿Entendió, señor Brandoni?
Quiero suponer que usted no entra en la categoría descripta por el escritor Mark Twain, de que “ninguna cantidad de evidencia persuadirá a un idiota”. Por tanto, me inclino a pensar que un muy precario sentido de la decencia es el que le ha aconsejado realizar el banderazo el 17 de agosto, fecha en que se conmemora la muerte del general don José San Martín, con la intención maniquea, como se lo ha escuchado expresar, de reunir la figura del Libertador al lado de la imagen del ex presidente Mauricio Macri, un hombre acusado de espionaje, lavado de dinero, contrabando, extorsión, y cuya mediocridad intelectual y discapacidad moral han llevado a la Argentina al borde del colapso socioeconómico.
A pesar de que su rumbo político y ético lo ha alejado definitivamente del pueblo, no me voy a privar igual de demostrarle con pruebas, que su amado líder del PRO nada tiene que ver con la libertad ni con la democracia que tanto declama.
Es que no se encuentra en su ex presidente ni un solo rasgo sanmartiniano, don Brandoni. Todo lo contrario, su moral y su accionar en el poder lo hace un sucedáneo de aquel que persiguió al Libertador. Me refiero a Bernardino Rivadavia, de quien no hablaré yo sino el propio San Martín y su par, el general chileno Bernardo O’Higgins, quien también padeció la persecución del gran endeudador de la patria.
Al respecto, he preparado algunos tramos del intercambio epistolar que mantuvo el prócer argentino con el chileno, con motivo del despiadado trato y espionaje al que fueron sometidos por parte de quien le tocó en suerte ser el primer presidente argentino.

CARTAS

(Los textos de las cartas, publicados en una nota anterior de mi autoría, titulada “La Deuda Eterna”, pertenecen al libro “O’Higgins y San Martín; Sus cartas: Un Mandato de Fraternidad», de los escritores argentino y chileno Pacho O’Donnell y Sergio Martínez Baezade.)
De San Martín a O’Higgins: “Confinado en mi hacienda en Mendoza, y sin más relaciones que con algunos vecinos que venían a visitarme, nada de esto bastó para tranquilizar a la desconfiada administración de Buenos Aires: ella me cercó de espías, mi correspondencia era abierta con grosería, los papeles ministeriales hablaban de un plan para formar un gobierno militar bajo la dirección de un soldado afortunado, etc. etc. etc. En fin, yo vi claramente que era imposible vivir tranquilo en mi Patria hasta que la exaltación de las pasiones no se calmase, y esta incertidumbre fue la que me decidió pasar a Europa”.
Respuesta de O’Higgins: “No admiro tanto el tesón con que la facción, la ambición y la demagogia nos persiguen sin cesar, como la inaudita ingratitud de casi todos aquellos que, además de sacarlos del afrentoso yugo español, deben a nuestros sacrificios y a nuestros extraordinarios esfuerzos una existencia y una dicha de que gozan… ¡Qué detestable y espantosa ferocidad!”. “Ejerzan enhorabuena su rabia inquisitorial en nuestras correspondencias privadas, que ellos no encontrarán otra materia más que la misma firmeza y honradez, que no han podido contradecir, de nuestra vida pública”.
Y refiriéndose a Bernardino Rivadavia, O’Higgins, decía: “Hasta la evidencia se podría asegurar que las ocho o diez cartas que veo por su apreciable del 29 de septiembre del año pasado, se han escamoteado como las que he escrito a usted paran en poder del hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino. Un enemigo tan feroz de los patriotas como don Bernardino Rivadavia estaba deparado, por arcanos más oscuros que el carbón, para humillarlos y para la degradación en que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso que fue la admiración y la baliza de las repúblicas de la América del Sud”. “Yo nunca lo conocí personalmente y él sólo me conoce por mis servicios a la Patria, y me escribieron desde Buenos Aires que por disposición del gobierno se dieron los artículos asquerosos que aparecieron en los periódicos contra nuestra honradez y reputación”.
José de San Martín responde: “… Pero para defender la libertad y sus derechos se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción, de elevación de alma y por consiguiente, capaces de sentir el valor de los bienes que proporciona un gobierno representativo. Porque el mejor gobierno no es el más liberal en sus declaraciones sino aquel que hace la felicidad de los que le obedecen”. A esta altura, señor Brandoni, usted convendrá que el estilo de gobierno de su amado Macri no estuvo inspirado en la moral sanmartiniana. Todo lo contrario, se podría decir que es un sucedáneo perfecto de Rivadavia, tanto en la cuestión del endeudamiento como en la del espionaje al que fue sometida la ciudanía argentina, con especial encono en contra la ex presidenta y actual vice, Cristina Fernández de Kirchner.
No empañe entonces la figura de quien ha sido la luz moral que marcó el camino de la unión nacional y de la construcción de la patria, el Libertador José de San Martín, colocándolo al lado del símbolo de la mezquindad y la decadencia de la Argentina. Lo que usted hace se inscribe en una estafa a la historia. Su afrenta, que repugna, es la que nos cantan los versos del tango Siglo XX Cambalache: ¡Que falta de respeto, / qué atropello a la razón! / Cualquiera es un señor, / cualquiera es un ladrón… / Mezclao con Stravisky / va Don Bosco y La Mignon, / Don Chicho y Napoleón, / Carnera y San Martín…
Una vez más, como lo hice en la otra carta, vuelvo a hablarle a usted, Luis Brandoni. Una vez más tengo tantas cosas que decirle. Las mismas de siempre. Y sigo sin tutearlo, pero esta vez no porque no me conoce, sino por decisión propia, acaso porque yo sólo tuteo a quien le tengo afecto.
Es su reincidencia en la falacia la que me ha llevado nuevamente a recordarle, como aquella vez, la película del director Héctor Olivera “La Patagonia Rebelde”, basada en el libro de Osvaldo Bayer, donde usted protagonizó el papel del revolucionario Soto. ¿Se acuerda?
Se lo abrevio al lector: es una historia real, ocurrida en el sur argentino a principios del siglo XX, cuando los trabajadores laneros pedían mejores condiciones y salarios dignos, y el gobierno dio la orden al ejército de terminar con esas protestas. Usted que es memorioso, ¿sabe cómo terminó la represión? Acordémonos: el teniente coronel Héctor Benigno Varela, terminó fusilando a casi a 1500 trabajadores y deportando a otros cientos hacia Chile y España. En esa película, usted, Brandoni, interpretaba al gallego Antonio Soto, un español escapado de la miseria de su país, que al momento de las huelgas se desempeñaba como Secretario general de la Sociedad Obrera de Río Gallegos.
¡Qué tiempos esos; los del gallego Antonio Soto! Pero hagamos más memoria. ¿Se acuerda de los apellidos de esa oligarquía estanciera?
Estaban Adolfo Bullrich, el vendedor de todo lo que la campaña de Roca les robaba a los pueblos originarios, el dueño de la mansión que hoy es el patio de compras homónimo. Estoy hablando del tatarabuelo del ex Ministro de Educación, el actual senador macrista Esteban José Bullrich Zorraquín Ocampo Alvear, tal su apellido popular. El familiar directo de la Patricia, la ex Ministra de Represión de la Nación y tía segunda de Esteban, descendiente directa de don Honorio Pueyrredón, ministro de Agricultura y posteriormente de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Hipólito Irigoyen, en tiempos de la matanza.
¿Se acuerda de los otros? Allí estaban también los Braun… los Peña Braun, familiares directos de Marquitos Peña, “el patriota”, según Carrió, y ex jefe de Gabinete del gran bonete Mauricio, hoy capo del ejército de trolls que siguen asolando las redes vernáculas. Y casi me olvidaba de Pinedo, ese apellido que selló el tratado Roca- Runciman, y entregó a los ingleses el comercio de las carnes, los frigoríficos, y tantas cosas que hacían a nuestra soberanía nacional. Aquel es el familiar directísimo del calmo don Federico del PRO, el que fue presidente por unas horitas nomás.
¿Qué apellidos, no? Pero no por apellidos, sino porque cada una de esas familias ha transcurrido el siglo XX para meterse en el XXI preñadas del mismo dogma de clase.
¿Y ahora, qué es lo que lo que tanto le preocupa, Luis? ¿Qué insinúa con ese tono mendicante, con ese hablar que bordea el desequilibrio emocional, cuando dice?: “Hola, vamos a hacernos oír otra vez… salgamos a manifestar nuestra oposición a cualquier intento de atropellar las instituciones fundamentales de la democracia republicana… y viva la patria, eh.”
Su soberbia indigna, pero más su falta de sentido democrático y republicano, el que reclama para sí y para los suyos como patrimonio, dejándome a mí y a millones afuera. Por eso quiero contarle sucintamente quién soy yo.
Me llamo Marcos Doño; soy periodista y escritor. Como la mayoría de los millones de argentinos, soy un ciudadano con una historia particular, llena de momentos felices y también trágicos. Me crié en una familia de clase media; mis abuelos paternos eran inmigrantes venidos de Turquía y los maternos de Ucrania, escapando a las persecuciones y los pogroms antisemitas. Fueron luchadores incansables, como lo eran todos los inmigrantes llegados a principios y mediados del siglo XX. Mis abuelos paternos trabajaron en la ciudad de Buenos Aires, en Córdoba, en San Isidro y en el Partido de Tigre, donde nació mi padre, un genio natural, músico de jazz y luego un pequeño industrial, trabajador incansable que se vio obligado a salir al ruedo de la vida desde muy temprano, a los ocho años.
Los maternos se asentaron en una colonia de un campo de Entre Ríos, donde junto a otros fundaron una cooperativa agrícola. Eran esos gauchos judíos que cuenta la novela homónima de Gerchunof. Y eran socialistas; socialistas de Palacios y de Repetto, como me decía siempre mi zeide (abuelo). Y hablando de ese patriotismo republicano que usted declama como un puñal que clava en contra de los otros argentinos, hay un hecho que quiero destacar: mis abuelos tenían la costumbre de colgar la bandera argentina del balcón en cada fecha patria. Una de esas banderas me fue dada en herencia como un tesoro invalorable. Así crecí, como tantos millones de compatriotas, envuelto en esta identidad, educado en la escuela pública, aprendiendo día a día el sentido fundamental del trabajo y la honestidad como los valores esenciales para una vida digna. La ironía maldita quiso, sin embargo, que un día, mejor dicho una noche eterna, cuando estaba secuestrado y torturado en una de las mazmorras de la dictadura, uno de mis verdugos me dijera “…que seas zurdo vaya y pase… pero donde la cagaste es en que sos judío… vos no sos argentino”.
Pero resulta que yo estaba allí, estaqueado en esa cama de metal, desaparecido para el mundo, por ser un joven apasionado que se había decidido a luchar por la Patria, por la República y por la Democracia que usted y los suyos dicen defender como yo no, señor Luis Brandoni.
A usted, que se esmera tanto en encontrar dónde se ha perdido la libertad y la democracia, que busca el origen del odio, le propongo recordar esta fecha: el 17 de octubre de 1945. Fue la primera vez que las masas de trabajadores pudieron pisar en libertad la Plaza de Mayo. Y en seguidita alguien los bautizó despectivamente. Fue un radical como usted, que parece no comulgaba con el espíritu popular, el diputado nacional Ernesto Sammartino. Ese hombre, no esperó a que se secaran las lágrimas de la emoción para llamar a esos trabajadores y trabajadoras como “el aluvión zoológico”. ¿Contento? Ahí tiene una de las pistas que lo lleva directo al odio, don Brandoni.
Y hoy ya no somos ese aluvión. Ahora nos llaman “grasa militante”, «choripaneros”, “planeros”, “camporistas”, “vamo a volver”… “los enamorados de la cuarentena”.
Le repito, yo soy un hombre común, Brandoni. Soy un hombre decente, un republicano que a pesar de haber sufrido el exilio y el escarnio, de haber estado tantas veces cerca de la muerte junto a mi esposa, pude formar una familia maravillosa, con tres hijos y nietos, que somos parte de la construcción de esta Nación, la que usted cree vale la pena sólo si se la piensa como usted.
Por eso yo no voy a permitirle que desde el odio más profundo me acuse a mí y acuse a millones de argentinos de ser parte de una especie de conspiración para destruir la República.
No somos nosotros, Luis, repase en su memoria los apellidos que usted defiende con tanta pasión y de manera selectiva, tan selectiva como lo es una clase dominante en detrimento de la clase dominada.
Son ellos, Brandoni. Allí va a encontrar los nombres de los que se robaron la República y la Democracia con toda la indecencia que se pueda uno imaginar.
Y concluyo: No lo odio, como seguramente usted me odia a mi. Lo que sí puedo afirmar con razón, una vez más, es que le he perdido todo respeto.

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